Por
Carlos Valdés Martín
De inmediato, como cliente crees que
compras un objeto, pero te equivocas.
Sucede algo más importante,
tan diferente a adquirir un platillo o un vestido.
Al comprar un seguro hay un cambio más
profundo y ocurre un efecto más duradero.
Cuando te aseguras actúas con un sentido
más duradero y sofisticado, que puede cambiar la vida a largo plazo, inclusive.
Por costumbre en la sociedad
mercantilizada, se imagina que lo primero es adquirir algo a cambio de dinero.
Pero con el Seguro este proceso de compra
sucede de otra manera y ocurre bajo los ojos del propio cliente, quien comienza
por convertirse en alguien que le ofrece algo a la Aseguradora.
En realidad, con el Seguro el principio
no está en una compra, sino en un prospecto de cliente que va a deshacerse
de algo que le desagrada y cambiarlo por otra situación más agradable,
incluso una extremadamente
importante adquirida por un tiempo, incluso superior a toda su vida.[1]
Igual que en la compra hay un intercambio,
pero en materia de Seguros, antes de la compra propiamente dicha sucede un cambio
previo.
Y en ese primer intercambio debería intervenir
un especialista calificado (por regla actúa el Agente de Seguros) o bien el
cliente toma la iniciativa (sin contar con ningún conocimiento técnico de los
Seguros).
Con los Seguros, al comenzar sucede algo
parecido que con la medicina; pues por costumbre, cuando el paciente acude al
médico ya sabe que debe deshacerse de un estado inconveniente al que llama enfermedad
o conservar el estado ventajoso que llama salud. Haciendo la comparación ¿cuál
es la dolencia de la que va a deshacerse el cliente de Seguros?
Metafóricamente ¿cuál es esa enfermedad
maligna de la que busca deshacerse el cliente cuando se acerca a una
Aseguradora?
La sociedad está llena de
malestares y situaciones desagradables. Algunos las llaman crisis ya sea
económica o de valores, otros las llaman “ecocidios” artificiales,
otros señalan contaminantes y cepas de virus malignos, otros afirman
situaciones insalvables e injustas… Aunque al señalar tantos malestares, en el
fondo, deseamos deshacernos de ellos
y volver a la situación optimista sobre el futuro.
Ante el universo de malestares y
problemas, hay muchos que se remedian antes de que sucedan y en ese espacio,
como una eficaz barrera contra lo desagradable, surgen
los Seguros. Aunque el entorno completo de amenazas y situaciones desagradables
que no han sucedido, al cliente no le pueden quedar tan claras, pero sí va a busca
en el Seguro una solución contra una condición desagradable, aunque no posea
contornos muy definidos.
Lo que ofrece el cliente antes
de asegurarse lo llamamos riesgo.
Desde el punto de vista estricto (el
legal y técnico), el cliente primero ofrece su riesgo, del cual
pretende deshacerse para obtener un blindaje importante de seguridades
legales, respaldadas técnica y financieramente por una Aseguradora sólida. Casi
siempre esa oferta del riesgo se realiza mediante un sencillo cuestionario
donde el Asegurado anota lo que conoce de su situación y la Aseguradora lo
evalúa.
Llenar un cuestionario: algo tan sencillo y repetido a lo largo de la vida define el acto
legal que hace el prospecto para
convertirse en asegurado. En la mayoría de las ocasiones basta contestar
unas cuantas preguntas clave y demostrar su identidad legal para que el cliente
logre el aseguramiento.
El cuestionario inaugura el proceso[2]
de aseguramiento: ahí comienza la transferencia del riesgo. Lo que el cliente hace es declarar
con verdad y enviar sus situaciones desagradables, peligrosas, potenciales, no
sucedidas… hacia una empresa especializada llamada Aseguradora. Y siendo esto
un proceso implica una duración.
Una característica obligada para la
Aseguradora es poseer la capacidad técnica para evaluar los riesgos que
recibe. A veces pedirá más información o procederá a estudiar el riesgo más
detenidamente, por ejemplo, mediante exámenes de salud o investigaciones con
fuentes lícitas. Casi siempre la letra escrita y firma[3]
del futuro asegurado bastarán para evaluar un riesgo y la Aseguradora, en
términos coloquiales, le creerá al cliente.
Si los riesgos son aceptados, el cliente
se convertirá en Asegurado que recibirá una póliza de seguro.
Esto describe lo que debería ser siempre
el primer episodio de un largo romance. Aquí no termina el aseguramiento pues
el Asegurado deberá revisar si lo que recibió corresponde con “la oferta” (lo
que él esperaba recibir) y deberá solventar lo correspondiente. En términos de
romance ya comenzó la boda y todavía no se ha pagado la fiesta…
Hasta aquí describimos del primer tramo
al asegurarse, en una siguiente entrega redondeamos ¿qué sucede cuando ya posees una póliza?
NOTAS
[1] El contrato de
seguro posee efectos con una duración mayor a la indicada en la vigencia
comprada, que significa mayor tiempo, por ejemplo, dos años para reclamar
siniestros como una regla o aún mayor hasta después
de que el asegurado haya dejado este plano material.
[2] De manera explícita
la autoridad obliga a presentar documentos de
identificación que acompañan a las solicitudes como identificación legal y
comprobante de domicilio, los cuales varías según sean personas físicas o
morales, nacionales o extranjeros, personas bajo riesgo político, etc.
[3] Conforme avanza la
tecnología los medios electrónicos adquieren el valor de la letra escrita como
fuente de las declaraciones y sirven para manifestar la voluntad del
contratante o asegurado.
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