Por Carlos Valdés
Martín
"El conocimiento se adquiere leyendo la letra
pequeña de un contrato; la experiencia, no leyéndola". Francis Bacon
La vida humana está
llena de contratos: son más de los que tenemos presentes y son más valiosos de
lo que imaginamos. Algunos de los contratos son la diferencia entre salud y
enfermedad, entre libertad y cárcel, entre miseria y riqueza. Sí, los contratos
son tan importantes y no es estudian en la educación básica.
El contrato es un
acuerdo entre voluntades y adquiere fuerza de ley, cuando toma formalidad
suficiente. La presencia de un contrato perverso marcó a las sociedades esclavistas,
era el contrato que daba el privilegio a los “patricios” para tener esclavos. Había
una excepción afortunada, cuando al condenado a esclavitud se le permitía un
contrato que lo liberaba y cuando lo hacían por su esfuerzo, les llamaba “manumiso”.
Defino: el manumiso era quien fue esclavo y por su propio trabajo alcanzó la
libertad.
Hay quien afirma que
sobre el corazón y sus asuntos no hay contratos que valgan, pero ¿entonces para
qué casarse y firmar ante un juez en la institución civil del matrimonio?
Incluso las mayores religiones miran al casamiento como un contrato entre
personas libres, que se comprometen bajo reglas precisas y en acto solemne.
De la palabra a la
letra
Antes de la escritura
los contratos eran definidos de palabra y su formalidad surgía en el juramento.
Por la importancia que tienen resultaba mejor otorgarle la formalidad
suficiente al juramento y hacerlo ante testigos, incluso las autoridades
civiles y religiosas. Pactar una pelea o un matrimonio implicaba juramentos
solemnes, de ahí que su ruptura implicara graves ofensas y la disposición de castigos.
En casos extremos,
los pueblos daban en prenda a sus hijos para mostrar que sus juramentos de paz
eran auténticos y no se romperían por fruslerías.
Al transitar hacia la
cultura escrita, los contratos se adaptaron y comenzó a tener más importancia
un texto. Sabemos que las palabras las lleva el viento, por lo que contratos de
palabra que se fían del recuerdo, con facilidad se prestan a malos entendidos y
olvidos malintencionados. Con el contrato escrito surgió la firma, como manera
de establecer la voluntad sin lugar a dudas. En la firma escrita se concentra la
voluntad de cumplir y hacer cumplir un contrato.
Importancia de leer y
entender los contratos
En nuestro sistema
legal predomina el contrato escrito, por tanto, evitar su lectura y contraer obligaciones
formales es un error típico, en el que cualquiera ha incurrido. En especial, los
contratos por internet están amañados para que sean aburridos y no se logre su
lectura final, además, mezclan legislaciones internacionales, términos técnicos,
redacciones barrocas y cláusulas para defender únicamente a quien proporciona
la aplicación. De manera paralela, el usuario de las redes de internet (en
especial, la generación más joven) se ha acostumbrado a jamás revisar el texto
de contrato para sus aplicaciones. Para ese usuario joven y apresurado, las “condiciones
de uso” son simple blablablá sin sentido.
Cuando algunos
contratos muestran sus nefastas consecuencias son las deudas con bancos y, en
ese momento, el deudor se lamenta de jamás haber leído y analizado el contrato
con las obligaciones.
En favor del burro
Cuenta una fábula que
una vez el león firmó sin ver un contrato que le llevaba el burro, quejándose
de la mala vida que sufría. Un contrato amañado que a su vez redactó el zorro.
El texto comenzaba aburrido y con una promesa tentadora de una comida gratis, a
cambio una cláusula señalaba que el león se comprometía a transportar sobre su
lomo los cargamentos pesados que asignaban al burro. En caso de incumplir, el
león se comprometía a dejar reinar en las selvas y montañas al zorro, quien
estaba cansado de que los cazadores humanos lo persiguieran con perros.
El león era soberbio
y flojo por lo que no leyó completo lo que firmaba. Ese contrato incluía el
compromiso de que si no cargaba por el burro se comprometía a dejar el reino en
manos del zorro. Cuando el zorro explicó lo que había firmado el león, en toda
la comarca fabulosa cundió la expectación. Como el león no quería dejar de ser
el rey de la selva intentó cargar los bultos, sacos y atados que correspondían
al burro, pero en no más de dos horas desistió. El zorro tomó el mando y se
sentó en la piedra del reino, en el costado de la montaña. Durante unos días el
zorro descansó feliz.
No sabemos si ese
león aprendió su lección o tuvo suerte. Unas semanas después los perros cazadores
encontraron el rastro del zorro, entonces no se apiadaron porque éste fuera un
rey; así que el trono volvió a quedar vacante para el león.
Volviendo al banco
En lejanos siglos,
los banqueros no eran tan encumbrados y el rótulo maloliente que recibían era
de usurero, que nació desde tiempos legendarios. Sin entrar en detalles, los
banqueros más sagaces redactaron contratos y se pasaron de astutos. Sucede que
esto lo retrató Shakespeare en la afamada dramatización “El mercader de Venecia”.
En esa comedia, más que una enseñanza económica, se pretende dar una moraleja,
pues un joven arrogante firma un contrato con el mercader judío, el cual le
podría costar la vida por incumplimiento. Como se trata de una comedia
moralista, el resultado no es tan trágico, pues al contrato de pago incluía del
derecho de extraer una libra de carne viva del deudor. ¿Desagradable y hasta
mortal pagar con la propia carne viva? Sin embargo, el atentado no se
materializa, por una argucia justiciera y todos felices con Shakespeare.
En la actualidad muchos
malos prestamistas siguen empleado cláusulas que no son entendidas por los
deudores, generando un dolor de clientes y el empobrecimiento por deudas. En
este ejemplo, con los deudores resulta fácil que los malos contratos sean la
ruta hacia la infelicidad.
Viudas y huérfanos que
no saben
Pasando al lado
sonriente de la existencia, comentemos que hay otros contratos que tienen una
carga de beneficio, que curiosamente (a veces) es desconocida por los beneficiarios.
Cada día en el mundo fallecen personas que no avisaron a los beneficiarios que participan
dentro de un Seguro de Vida.
Entre las grandes
empresas y los gobiernos del mundo resulta práctica común que los empleados
reciban un Seguro de Vida de Grupo. Este es un tipo de contrato, que cuando sucede
el riesgo señalado por el contrato, entonces una Aseguradora paga la indemnización.
En ese tipo de Seguro de Grupo es donde el Asegurado, por entrar a trabajar de
manera formal queda amparado por ese contrato. Acto
seguido el asegurado designa libremente a sus beneficiarios. La designación de
beneficiarios es un acto libre, regulado por la Ley. Y a veces el asegurado olvida
comunicarlo a ellos, sus queridos beneficiarios, o decide no hacerlo por alguna
razón.
En México existe un
procedimiento para que los beneficiarios puedan preguntar cuando no cuentan con
la información correcta y no tienen el “Contrato de Seguros”.
Si simplemente suponen que su familiar dejó un Seguro hay un mecanismo legal
para consultar ante la autoridad reguladora del sector.
A veces hay un
contrato que es fuente de felicidad, aunque no lo conozcas.